Ir a la biblioteca pública puede darte muchas emociones diferentes. El otro día fui a la de mi barrio, biblioteca I. Iglesias – Can Fabra.
El paseo por la zona de novelas es desesperante al principio. No sabes dónde pararte por que no te lo has preparado, quién se lo iba a figurar. Pero de pronto vas viendo creadores y libros impresionantes: Conrad, Dostoievsky, Kafka, Saramago, sófocles, Stevenson, etc. Es una alegría ver que puedes coger cualquiera de ellos sin que te cuesta ningún esfuerzo y, todavía más importante, sin que te cueste un “duro”. Te preguntas si otras personas conocerán estas características de las bibliotecas, porque no crees que sea normal que esos libros no estén en casa de otros lectores ávidos de buenas historias. Otra sensación que tengo es que me queda mucho por leer, sin duda una buena noticia. Además, mucho y bueno. No tengo que preocuparme de leer críticas de los libros nuevos que salen a la venta, porque los que estoy viendo son clásicos, y de sobras sabemos todos que las críticas son excelentes.
Llevado por la felicidad de estas ideas en mi cabeza, vi una colección con todos las obras de teatro de William Shakespeare. Qué poco he leído de él y qué fácil lo tengo para resolver eso. Así que decidí iniciar una temporada leyendo sus libros.
No se por qué motivo he elegido empezar con Julio César. Quizá porque ya tenía muchas referencias televisivas o de teatro y más o menos sa bía qué podía encontrarme.
La historia es de sobra conocida. Julio César sufre el ataque de algunos ciudadanos romanos y lo matan. Entre ellos está Brutus, un personaje al que tenía en muy baja consideración. Creía saber que este personaje, inculto y basto no merecía otra cosa que la muerte. Qué equivocado estaba. Resulta que Brutus es el personaje que más me ha llamado la atención. Una persona que, aún queriendo a su amado Julio César lo mato porque cree que es lo mejor para Roma.
Una historia para no perderse. Qué bien escribía Shakespeare.
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